“Mientras le prepara el desayuno, el padre enciende la televisión del hijo para que se entretenga. Le lleva al colegio en un gran todoterreno con una pantalla en la que ve una serie de dibujos. En la escuela, cada niño cuenta con un ordenador personal a través del cual siguen la clase. Otra vez de vuelta en casa, el niño hace los deberes valiéndose de internet y, una vez terminados, pasa un par de horas jugando a los videojuegos. Finalmente, verá un rato la televisión o se conectará a Internet antes de irse a la cama”. Este relato, con el que el psicólogo social Fernando Cembranos comienza muchas de sus ponencias, es un ejemplo factible de un día corriente en la vida de muchos niños de cualquier país del primer mundo.
Cada vez más personas manejan más aspectos de su vida de forma virtual o a través de una pantalla. Este fenómeno, descrito por Cembranos como la escapada virtual, corre el riesgo de extenderse a ámbitos más amplios en la vida cotidiana. Para vivir en sociedad, el individuo debe comprender y manejar el funcionamiento de los medios virtuales para no convertirse en un analfabeto tecnológico. Esto ha provocado una doble situación: el aumento de la creatividad individual y colectiva en esferas antes inimaginables y ha incrementado los procesos de alienación y soledad en sociedades cada vez más disociadas y desconectadas de la realidad real.
En cuanto al primer argumento, se debe reconocer el papel de las nuevas tecnologías en el desarrollo de propuestas innovadoras; propuestas que en la mayoría de las ocasiones no trascienden del mero entretenimiento. Sin embargo, en algunas ocasiones surge un destello de creatividad que consigue proponer transformaciones desde la participación colectiva y con impactos reales en la sociedad. Es el caso de los colectivos que se sirven de wikis para construir propuestas (véase movimiento de transición) o de las posibilidades del audiovisual para hacer ver sus reivindicaciones e incitar a la movilización ciudadana (véase Chao Pescao).
En el polo opuesto, se puede observar como el uso de las nuevas tecnologías puede llevar a procesos de alienación profunda en los que el individuo se aísla y configura su vida cotidiana alrededor de una pantalla. De este modo, se corre el riesgo de perder la percepción real de la realidad y olvidar u omitir las esencias de procesos complejos y enriquecedores que sólo se dan en la vida real. Las relaciones humanas quedan relegadas al contacto a través de las redes sociales, se miden todos los procesos con los baremos de la instantaneidad o se crean barreras artificiales en torno a los verdaderos problemas. Ramón Fernández Durán, teórico y activista de los movimientos sociales, define este estadio como la tercera piel: la primera piel es la propia piel; la segunda piel se corresponde al ecosistema donde se desarrolla la vida; la tercera piel es la establecida por la realidad virtual, por el culto a la imagen. Los límites quedan desdibujados y las consecuencias de las propias acciones se pierden en una distancia inabarcable. Se conoce, o eso se piensa, lo que ocurre al otro lado del planeta, pero se es capaz de saber que ocurre con la lata de Coca-Cola tirada a la basura o de dónde surge la electricidad que enciende los ordenadores y las consecuencias que ello conlleva.
Es necesario medir con cuidado todos aquellos procesos que tengan como centro el estímulo de una cultura multimediática, aunque se pretenda hacer de forma responsable, pues los perjuicios pueden ser mayores que los beneficios. Se debe estimular la participación ciudadana, sí, pero desde el contacto directo y a través de experiencias reales en la que los individuos puedan crecer gracias a la interacción con el otro. En este contexto, las nuevas tecnologías son una herramienta más para complementar y no monopolizar estos espacios de contacto, participación e interacción. De otro modo, se corre el riesgo de fomentar el desarrollo de superdotados tecnológicos y analfabetos afectivos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario